El INEGI en la mira

INEGI in the spotlight

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Miradas, cuarenta años del INEGI. Aguascalientes, México, INEGI, 2023, 200 pp.

Reseña

Germán Castro Ibarra
INEGI, german.castro@inegi.org.mx.

 

Vol. 14, Núm. 2 – Epub                                                               El INEGI en la mira – Epub

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Los resultados definitivos del más reciente Censo de Población y Vivienda del INEGI indican que, en el 2020, la edad mediana en nuestro país era de 29 años. En el 2023, de acuerdo con las proyecciones del Consejo Nacional de Población (CONAPO), la edad mediana es de 29.55 años. Como el lector seguramente recordará, la edad mediana es una medida estadística que divide a una población, en este caso la total nacional, en dos grupos numéricamente iguales, es decir, la mitad tiene menos edad y la otra, más que la mediana. Por lo menos, 50 % de la gente en nuestro país es menor de 30 años. Así que podemos tener la certeza de que, hace 40 años, la mayoría de la gente que habita hoy México aún no había nacido. Lo anterior se traduce en que, para la mayor parte de la población de este país, el INEGI siempre ha estado aquí. Por supuesto, no es así: el Instituto fue creado por decreto presidencial el 25 de enero de 1983.

El INEGI es en realidad muy joven y, sin embargo, si bien 40 años son muy pocos en el contexto del organigrama del Estado mexicano, considerando las mutaciones que hemos experimentado desde entonces, no resulta exagerado asegurar que en 1983 el mundo era otro.

Hace 40 años, la información era un bien escaso y difícil de conseguir. Actualmente, la situación es la opuesta. Los vertiginosos cambios que durante los últimos 40 años se han dado en la producción de información, especialmente a partir de la revolución digital, obedecen en buena medida a que, como jamás en la historia, el ingenio tecnológico se ha volcado al manejo de datos. En 1983 atendíamos el radio —apenas ese año salió al mercado el CD— casi tanto tiempo como el que hoy dedicamos a los celulares. Ya había computadoras y redes, pero su uso era asunto de militares y algunas élites académicas norteamericanas; de hecho, precisamente aquel año, ARPANET se desmilitarizaría y el TCP/IP pasaría a ser el protocolo de la red de redes. Las PC operaban con el sistema DOS, y Motorola comenzó a vender el primer teléfono celular comercial, un armatoste que pesaba casi un kilo y costaba 3 995 dólares. Así que, cuando apareció en el organigrama del gobierno federal, el INEGI ostentaba en su nombre la tradición, pero también un perfil eminentemente vanguardista: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática.

El perfil de avanzada lo ha mantenido a través del tiempo, aunque el sustantivo Informática se obvió en los primeros años del siglo XXI. En nuestros días, solo en México hay cerca de 90 millones de personas usuarias de internet, tres cuartas partes de la población de 6 años o más. Lo anterior, conforme a la más reciente Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2021 del INEGI. De acuerdo con esta misma fuente, casi ocho de cada 10 habitantes del país de ese grupo etario son usuarios de telefonía celular, para lo cual utilizan dispositivos mucho más potentes y versátiles que las computadoras disponibles hace cuatro decenios.

Ahora vivimos anegados de datos; nuestras competencias epistemológicas están sobrepasadas drásticamente por la generación y propagación de información. El cantautor Jorge Drexler lo expresa mejor: “Data, data, data, / data, data, data, / Cómo se bebe de una catarata…”. Melvin M. Vopson, físico de la Universidad de Portsmouth, publicó una ponencia —The information catastrophe (AIP Advances, agosto del 2020)— en la que llega a una conclusión pasmosa: “Considerando la densidad de almacenamiento de datos actual, la cantidad de bits producida al año […] a una tasa de crecimiento anual del 50%, el número de bits igualará al número de átomos en la Tierra en unos 150 años…”, y eso que la tasa de crecimiento que empleó es conservador: la International Data Corporation estima que la tasa anual de aumento de datos es de 61 por ciento.

Verdad de Perogrullo: además del universo de los bits, el mundo mismo se ha trasformado; en la penúltima década del siglo XX comenzaba a tomar la forma que hoy tiene, pero era otro. Justo en 1983, hace menos de medio siglo, la Iglesia Católica retiró la condena a Galileo, quien en 1632 había publicado Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, un tratado en el que se burlaba del geocentrismo escolástico. Entonces, hace 40 años, cuando se escuchaba la palabra bipolar, uno no pensaba en una persona sufriendo bandazos anímicos, sino en el mundo: Yuri Andropov comandaba al bloque soviético, la inmensa entidad geopolítica que, según Ronald Reagan, quien comenzaba su segunda gestión como presidente de Estados Unidos de América, era el imperio del mal. La guerra fría se expandió al espacio exterior con el anuncio de la instalación del sistema Star Wars. A principios de 1983, la Tierra cargaba a cuestas unos 4.7 millardos de seres humanos, y al inicio del 2023, más de 8 millardos. Habitábamos México alrededor de 70 millones de personas, es decir, menos de la mitad de los que actualmente somos —en el 2020, según los resultados censales, éramos ya poco más de 126 millones—. Éramos mucho menos y, desafortunadamente, nos conocíamos a nosotros mismos mucho menos. Dos botones de muestra: primero, en 1982, los datos del Producto Interno Bruto (PIB) se publicaban con 11 meses de retraso —Pedro Aspe, primer presidente del Instituto, recuerda que al finalizar aquel año nadie podía saber a ciencia cierta si la economía de México se encontraba o no en recesión— y segundo, no se contaba con una base cartográfica para todo el territorio nacional.

Al inicio del sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado —tomó posesión el 1 de diciembre de 1982—, el país se encontraba en una coyuntura difícil, terriblemente complicada; el diagnóstico que el mandatario entrante presentó no lo ocultaba: “México se encuentra en una grave crisis. Sufrimos una inflación que casi alcanza este año el 100%; un déficit sin precedentes del sector público […] el debilitamiento en la dinámica de los sectores productivos nos ha colocado en crecimiento cero. El ingreso de divisas se ha paralizado […] Tenemos una deuda externa pública y privada que alcanza una proporción desmesurada […] Están seriamente amenazados la planta productiva y el empleo […] Los mexicanos de menores ingresos tienen crecientes dificultades para satisfacer necesidades mínimas de subsistencia. La crisis se manifiesta en expresiones de desconfianza y pesimismo […] en el surgimiento de la discordia entre clases y grupos […] en sentimientos de abandono, desánimo y exacerbación de egoísmos […] Este es el panorama nacional […] Vivimos una situación de emergencia […] La situación es intolerable…”. Y, claro, había que sumar que no se contaba con información oportuna y confiable.

Ese fue el contexto —distante y muy probablemente harto difícil de comprender para quienes no lo vivieron, como decíamos, más de la mitad de la población actual del país— en el que, en 1983, se creó en México la institución responsable de producir y proveer a tiempo y con veracidad la información estructural necesaria para conocer la realidad nacional y poder incidir en ella. El INEGI se conformó sobre dos pilares: la Dirección General de Estadística (DGE), cuyo origen se remonta al Porfiriato (1882), y la Dirección General de Geografía (DGG), también con raíces en el siglo XIX, pero institucionalizada como tal en la segunda mitad del siglo pasado (1968).

A la vuelta de una colosal cantidad de trabajo y de ingentes resultados institucionales, luego de un proceso de descentralización consolidado, cuatro censos de población más tarde, puntual y ya plenamente autónomo, en el marco de la conmemoración del aniversario de su creación, el Instituto publicó el 25 de enero Miradas, cuarenta años del INEGI.

El texto de presentación del libro corrió a cargo de Graciela Márquez Colín, quien, desde el 1 de enero de 2022, encabeza la institución. Por cierto, la antecedieron en el cargo ocho personas, todos varones: Aspe Armella (1983-1985), Rogelio Montemayor (1985-1988), Humberto Molina (1988), Carlos M. Jarque (1988-1999), Antonio Puig (1999-2001), Gilberto Calvillo (2001-2008), Eduardo Sojo (2008-2015) y Julio A. Santaella (2016-2021). Las seis primeras gestiones ocurrieron mientras el INEGI era un órgano desconcentrado del Ejecutivo federal, primero de la Secretaría de Programación y Presupuesto y después de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; las siguientes, ya como órgano autónomo del Estado mexicano.

“En México, el binomio geografía-estadística se consolidó como tal hace cuarenta años con la fundación del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática en 1983…”, recuerda la doctora Márquez en su texto. Ciertamente, y de entonces a la fecha, el INEGI se ha consolidado estructuralmente y ha ido avanzando hacia posturas cada vez más cercanas al holismo. Conforme pasa el tiempo, se ha evidenciado más y más que clasificar todos los asuntos sobre los cuales puede versar la información de interés nacional en dos grandes repisas, estadística y geografía, puede resultar limitativo a la hora de comprender los fenómenos.

Por lo demás, stricto sensu, se trata de un ordenamiento que dispone elementos en dos categorías de distinta índole: por sí misma, la Estadística no es un tema, sino una forma de aproximarse a los fenómenos, mientras que la Geografía sí se refiere a una asúntica —si se me permite usar el vocablo alfonsino— más o menos específica. Se pueden hacer estadísticas de prácticamente cualquier cosa, incluso sobre temas palmariamente geográficos, como el clima, por ejemplo. Claro, la clasificación estadística-geografía no es gratuita, responde a una larga tradición. Otra manera de parcelar la temática en torno a la cual versa la información de interés nacional que produce el INEGI señala cuatro grandes campos: territorio, población, economía y gobierno. O quizá resulte más comprensible la que se refiere a los tres ámbitos del actuar de la gente: el sociodemográfico, el socioeconómico y el sociopolítico, así como a la dimensión espacial de dicho quehacer. Por supuesto, como cualquier clasificación de la realidad, esta también es una abstracción que se impone a la misma, toda vez que son indisolubles las correlaciones que se establecen entre los fenómenos que en un momento dado pueden ser marcados con esta o aquella otra etiqueta. Por lo demás, toda la información para tener sentido obligadamente debe estar referenciada no solo temporalmente, sino que también espacialmente. El tabulado y los mapas estáticos están pasando a la historia para ser sustituidos por las bases de datos dinámicas y soluciones geomáticas, herramientas que posibilitan que cualquier usuario pueda también ser productor de información nueva.

La doctora Márquez establece la perspectiva desde la cual se aborda al protagonista de Miradas, el INEGI, no tanto como un organismo público, sino como “una unidad de conocimiento”, y define el tema y formato del relato: “la trayectoria institucional” y “un paisaje visual y una aproximación sintética”, respectivamente. Los lectores no deben esperar una historia del INEGI, al menos no un trabajo historiográfico convencional.

Esta publicación pretende, más bien, recuperar las tradiciones intelectuales sobre las que se construyó y ha evolucionado el Instituto, y desde esa perspectiva pretende ser deferencia a su comunidad, y así lo explicita la presidenta del Instituto: “Este libro conmemorativo es un homenaje a esa comunidad que cotidianamente ha construido esta importante organización desde 1983…”. Y más adelante, en la Introducción se abunda al respecto: “Miradas es el resultado de una manufactura común que muestra el trabajo conjunto de un personal especializado en diferentes secciones de la estructura del INEGI. La intención de la obra es reforzar los lazos de identidad entre quienes participan en este ejercicio de memoria y se añade a los actos de celebración de la vida institucional. En ese sentido, es también un reconocimiento a las vidas de profesionales entregados a la construcción de este conglomerado de información y conocimiento. La impronta de ese contingente de especialistas queda reflejada en las páginas de este libro…”. También se explica la manera en que se organiza: “Tres puntos de vista conforman la estructura de este libro conmemorativo: en primera instancia, una aproximación histórica a algunos episodios que marcaron el desarrollo del INEGI; otra que consigna el patrimonio que ha sido conformado con las colecciones de distintos objetos y elementos producidos o coleccionados por la institución en diversos momentos y por una selección de temas actuales, que provienen del gran universo estadístico del INEGI…”.

Sin considerar la bibliografía y los agradecimientos, Miradas, cuarenta años del INEGI se integra por tres grandes apartados: Genealogía, Patrimonio y Panorama. El primero de ellos comprende cinco secciones: Punto de partida, Linaje, El éxodo a Aguascalientes, Las estadísticas y la nación moderna e Identidad espacial de México. El apartado más robusto está dedicado a la fortuna patrimonial, informativa, del Instituto: 40 años de Historia Material, Herbario, Colección Científica de Petrografía y Paleontología, Centro Integral de Documentación, Archivo Aerofotográfico Histórico, Mapoteca Digital, Archivo Histórico INEGI Biblioteca Emilio Alanís Patiño, Biblioteca Emilio Alanís Patiño, Biblioteca Digital, Archivo de Concentración y, finalmente, Biblioteca Gilberto Loyo. Por su parte, el apartado Panorama presenta nueve estampas institucionales: Paisaje Estadístico, Los Inmuebles, Recursos Humanos, Las Estadísticas con perspectiva de Género, Sistema Nacional de Información Estadística y Geográfica (SNIEG), Estadísticas de la Estadística, El portal, Historia del Sistema de Cuentas Nacionales de México, y Presencia Internacional.

El libro ofrece una riqueza iconográfica espectacular: desde vistas aéreas y tomas panorámicas hasta curiosidades filatélicas y reproducciones de maquetas, imágenes de los orígenes institucionales y modernos mapas actualizados, antañonas gráficas estadísticas, emblemas, carteles y demás materiales promocionales usados a lo largo de los años, antiguallas cartográficas e infografías realizadas especialmente para la obra, litografías, cartas vetustas y modelos digitales, facsimilares de cuadros estadísticos y de varias publicaciones decimonónicas, muestras minerales y dibujos herbolarios y paleontológicos, tesoros editoriales y una nutrida galería de personajes inegianos… En fin, 200 páginas plagadas de testimonios visuales que para muchos de nosotros son recuerdos.

María Eugenia Adela Terrones López fue responsable de la sistematización editorial de la obra y de sus contenidos históricos, en los cuales tuve también la oportunidad de colaborar. El diseño editorial corrió a cargo de Ana Isabel Naranjo Reason. En el colofón del libro se informa que se tiraron un millar de ejemplares de Miradas, cuarenta años del INEGI, lo cual resulta lo de menos considerando que la obra se encuentra en línea en el sitio del Instituto —formato pdf— y puede ser descargada sin mayor trámite. Échele una mirada.

 

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