Una historia breve pero entrañable

 

A brief but intimate story

Coyle, Diane.
El producto interno bruto.
Una historia breve pero entrañable.
México, Fondo de Cultura Económica, Colección Breviarios, 2017, 204 pp.

 

Fernando J. Chávez Gutiérrez
Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, fcg@correo.azc.uam.mx

 

Vol.9, Núm.3  – Epub                                      Una historia breve – EPUB

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Diariamente, los medios de comunicación de todo tipo se refieren con frecuencia al término económico producto interno bruto (PIB) para dar cuenta de las tendencias de la economía en el corto plazo. El gran público —sin incluir en éste a los economistas y especies afines— oye, lee e interpreta los datos de este rey de los indicadores macroeconómicos como puede y Dios le da a entender. Esto no es reprobable en sí mismo; después de todo, nadie tiene la obligación de entender la jerga de los economistas o astrónomos, plomeros o de cualquier otro oficio gremial o grupo profesional. Lo que siempre se intuye acerca de los movimientos del PIB, con sus eternos sube y baja, es que, si pasa lo primero, las cosas van bien y, si sucede lo segundo, las cosas van mal.

El libro que ahora comento —de la autoría de la profesora Diane Coyle (británica ubicable en la Universidad de Manchester, de la Gran Bretaña)— es, para empezar, motivante desde su mismo título, aunque sus lectores potenciales tienen que ser estudiantes de Economía y, claro, los economistas y, repito, de otras especies afines involucradas en la ardua tarea de medir la riqueza económica de las naciones a través del PIB. Se trata de una publicación breve, pero ambiciosa, que consta de seis capítulos, una introducción y un apartado de conclusiones que ayudan al lector a saber o confirmar su entendimiento sobre las tesis e ideas que esta autora sostiene acerca de este indicador macroeconómico, cuya historia es muy breve en la historia de las ideas en general y, por supuesto, en la misma historia del pensamiento económico.

Pero se debe decir también que el subtítulo del libro, Una historia breve pero entrañable, refleja un par de concepciones discutibles: 1) que puede haber una historia larga de este concepto, lo cual es erróneo; como ella misma lo señala de manera correcta, éste nace apenas en la cuarta década del siglo XX, precisamente con el surgimiento mismo de la Macroeconomía como una parte relevante de la Economía y 2) que se puede calificar la historia del PIB como entrañable, lo cual supone que ésta puede caer en el terreno de las emociones, los afectos y los sentimientos; se trata de una visión un poco cursi y, por ello mismo, hasta impropia.

Los optimistas escriben, entre muchas otras cosas, libros porque tienen la convicción de que este mundo tiene remedio, después de todo lo problemática que es o pudiera ser nuestra vida cotidiana. Esta idea la leí hace algún tiempo en un texto de la legendaria Joan Robinson, polémica economista inglesa del siglo XX, y estoy de acuerdo con esto. Así que se debe reconocer y agradecer este opúsculo que nos ofrece la profesora Coyle, independientemente de que su trabajo deba pasar por la criba de la crítica, siempre necesaria en el campo de las ciencias —duras o sociales— con lo cual no se quitan ni regatean los méritos de su trabajo, que los tiene.

El libro cuenta con el mérito de poner en alerta a quienes ven o entienden el PIB como una construcción teórica intachable o inmejorable. Es bueno y útil para medir el crecimiento económico, pero prácticamente poco o nada para medir el bienestar económico. Ella, de muchas maneras (reiterativas), lo muestra y demuestra con buenos argumentos. Es curioso o extraño que vea al PIB como un invento, tal como podemos referirnos al fuego, la rueda o la electricidad. Me parece que está fuera de contexto esta concepción del PIB. En la heurística de los economistas no hay inventos, en el sentido usado en la ciencia y la tecnología. Lo que hay allí son conceptualizaciones formales y abstractas que contribuyen a representar la realidad, lo cual puede llegar —no necesariamente— a medir algunas de sus partes componentes. Lo ideal en Economía, sin embargo, es que lo teórico tenga una dimensión empírica. Así que en esta disciplina no hay inventores. Ni Adam Smith, ni Paul Samuelson, por ejemplo, son inventores como sí lo fueron Eurípides o Benjamín Franklin.

Vamos ahora a señalar un mérito formidable del trabajo de Diane Coyle. El concepto PIB ha reforzado el desarrollo y la consolidación de la historia económica, pues sin éste sería imposible entender su origen y desarrollo en el siglo XX como esta importante rama de la Historia (con mayúscula). Las estadísticas económicas, en particular las del PIB y otras que dependen de éste, han permitido aproximarse a la reconstrucción de muchos episodios históricos, nacionales e internacionales, donde los hechos económicos tienen una centralidad fuera de discusión; pero es necesario decir enfáticamente que la Historia (con mayúscula) de la humanidad reconoce que hay muchos más factores explicativos de su devenir, no nada más que los que proporciona la Economía. Cuidado con este determinismo económico, lo cual termina en un reduccionismo monista que simplifica de manera errada la visión retrospectiva de la realidad social.

La profesora es reiterativa en la tesis de que el bienestar económico no es medido con el PIB, donde el lector es informado de algunos conceptos y autores que asumen la necesidad de no quedarse solo en la medición del crecimiento económico. Esto ha llevado a muchos economistas a formalizar y naturalizar la medición del bienestar económico que, finalmente, es lo que le da sentido, por ejemplo, al análisis económico, cualquiera que sea el enfoque que se tenga o adopte. Así, ella explica el origen y la aportación que tiene el índice del desarrollo humano (IDH) y, por ello mismo, nos remite a los trabajos (luminosos) del distinguido economista indio Amartya Sen, por ejemplo. Este enfoque que hay en el IDH, subrayo, abona el terreno para reconocer la insuficiencia del PIB en este sentido y, en consecuencia, convoca a explorar otros instrumentos conceptuales y estadísticos, los cuales permiten tener una aproximación a los resultados de los ciclos económicos en el bienestar social y la felicidad humana.

Un buen inventario —no exhaustivo— de nombres de economistas asociados al origen y desarrollo del concepto PIB, netamente macroeconómico, ayuda al lector a elucidar el PIB como una construcción teórica y empírica de naturaleza colectiva o colegiada. Así, ella le hace justicia a muchos ilustres miembros del gremio de economistas que contribuyeron de manera fundacional a insertarlo en el análisis macroeconómico: A. Marshall, M. Keynes, S. Kuznets, C. Clark, R. Stone, W. Baumol, Madisson, W. Phillips, V. Leontief, J. Meade, W. Nordhause, R. Harrod, E. Domar, W. Mitchel, R. C. Geary, H. Khamis, I. Kravis, M. Gilbert, J. Stiglitz, J. Tinbergen, J. Tobin, R. Solo y algunos otros más que contribuyeron al mejor cálculo y uso. Sea un lector novicio o experto, dicho listado en el libro de la profesora Coyle contribuye a motivar no solo el entendimiento de la muy breve historia del PIB, sino de otros temas económicos —teóricos y empíricos— afines y que se derivan del estudio de este indicador.

Por razones obvias, Diane Coyle pone los ejemplos de los problemas del cálculo del PIB solo considerando al mundo anglosajón, en particular a Estados Unidos de América y Gran Bretaña. Me parece que aquí hay una insuficiencia del libro. Las agencias u organismos estadísticos de cada país cuentan con arsenales estadísticos y recursos humanos que son diversos y, sobre todo, desiguales. En este sentido, son muy notarias las diferencias internacionales en el cálculo del PIB. Hay naciones que publican con una frecuencia ejemplar y, con cierta confiabilidad, las cifras de su PIB, y otros muchos, a duras penas, logran presentar sus datos macroeconómicos de mayor relieve. En todo caso, queda claro que el análisis del pulso económico de corto plazo —con la información estadística alcanzada— hoy tiene niveles inimaginables en relación con los que se podía hacer hace 30 años.

El libro no hace mención alguna de la importancia del PIB y sus indicadores complementarios en el seguimiento de los ciclos económicos, tema crucial en los análisis macroeconómicos de corto plazo. Hoy en día, los gobiernos, empresarios, sindicatos, académicos, consultores económicos, por mencionar algunos actores, hacen uso de esta información del Sistema de Cuentas Nacionales y de una variedad de indicadores económicos oportunos para preparar diagnósticos y pronósticos sensatos de la trayectoria de la economía en el corto plazo. Esta omisión es preocupante en un trabajo que quiere aclarar, entre otros aspectos, los usos del PIB en el estudio de la realidad económica. Revisar el pasado y asomarse un poquito al futuro con un seguimiento de las tendencias cíclicas ahora es posible gracias a todo lo relacionado con las estimaciones periódicas del PIB de las naciones y del mismo PIB global.

En su exploración acerca de la historia del PIB se incurre en ciertas contradicciones o incongruencias, las cuales desconciertan y, quizá, hasta confundan al lector. En la introducción, ella se pregunta “…si el PIB en sí mismo es todavía una medida suficientemente buena del desempeño económico, y concluyo que no…” (p. 19). Esta visión dura y desconfiada del tema le permite tejer muchos argumentos en este sentido a lo largo de su libro, lo cual justifica el trabajo que se tomó en escribirlo; pero, al mismo tiempo, en el último renglón de la publicación esta tesis parece diluirse, hasta cierto punto, cuando afirma con convicción que: “El PIB, con todos sus defectos, aún es una luz brillante que resplandece a través de la niebla…” (p. 192). Esta postura final no deja de sorprender ya que, a lo largo y ancho del texto, la autora encauzó sus filosos comentarios y críticas implacables al cálculo convencional contemporáneo de este concepto macroeconómico.

No se puede dejar de reconocer que en este último aspecto se pueden encontrar con frecuencia pretensiones vacuas y mucha fanfarronería, en especial cuando se quiere tener precisión y oportunidad en el análisis económico, tanto de corto como de largo plazo, sea prospectivo o retrospectivo. Ilustro primero el caso que surge de manera cotidiana con los pronósticos del PIB —públicos o privados— de largo plazo, donde nos quieren vender la posibilidad de saber con exactitud, por ejemplo, cómo sería una economía nacional en las siguientes dos décadas o, más temerariamente, intentando anticipar su situación en los siguientes 100 años: la modelación econométrica puesta con impunidad al servicio de magos y videntes modernos, disfrazados de científicos serios y rigurosos.

Asimismo, es pertinente y oportuno mencionar, por otro lado, el caso de los que crean bases de datos históricos del PIB de dudosa credibilidad científica. ¿En verdad los problemas y dificultades en la construcción de indicadores de la producción de corto plazo desaparecen o son mínimos cuando se hacen los de largo plazo para revisar la historia económica milenaria de algún país o de cierta región del planeta? Nada más se deben ver y leer los conocidos trabajos de historia económica del célebre académico inglés Angus Madisson (1926- 2010); aquí hay un dilema: aceptar o no la posibilidad de recibir su información estadística arqueológica, ¡de siglos y milenios!; frente a los muchos datos de su obra multicitada, es razonable ponerse a la defensiva o quedarse en un franco escepticismo intelectual y científico: sus discutibles datos macroeconómicos basados en el cálculo en un PIB hipotético para reconstruir la historia secular o milenaria de algunos países y regiones tienen que verse con mucha precaución y con un lente crítico.

Con toda razón, la profesora Coyle reprocha que hay o hubo dos cuestiones descuidadas en el cálculo convencional del PIB: los costos ambientales del crecimiento económico y el desdén o minimización de la importancia del trabajo femenino en los hogares en el valor del PIB. Por fortuna, en una buena cantidad de países, estos dos temas se han tomado con la debida seriedad que ameritan en sí mismos, aunque temo que todavía estamos en una etapa pionera o inicial en ambos casos. Los ambientalistas y el movimiento feminista nos han hecho ver, con toda la razón del mundo, que las omisiones e insuficiencias que hay en el cálculo del PIB sobre estos dos tópicos tiene que tener una solución. En México, por ejemplo, el INEGI ha publicado sus investigaciones paralelas a las del PIB en las llamadas cuentas satélite (siete hasta ahora), que “…subrayan la necesidad de ampliar la capacidad analítica de la contabilidad nacional a determinadas áreas de interés social de una manera flexible y sin sobrecargar o distorsionar el sistema central…”

Así, en esa sección encontramos las cuentas satélite Económicas y ecológicas y Trabajo no remunerado en los hogares.1

Otro asunto revisado por Diane Coyle, y que no está debidamente incorporado en el cálculo del PIB o quizá de manera muy parcial, es el que tiene que ver con el impacto del cambio tecnológico. Esto es de suyo complejo, así se percibe y no se ignora entre los expertos en este tema, pero hasta ahora resulta casi imposible valorar dicho impacto en la productividad y en la calidad de los bienes y servicios medidos en el PIB. Los argumentos de la autora enfatizan que este tópico refleja una debilidad u omisión que tiene que ser explicada en forma abierta por los técnicos que hacen periódicamente los cálculos, y tiene mucha razón en este punto.

Y en relación con esto, ella plantea de manera atinada que la medición del PIB convencional tiende a generar dos problemas cruciales en los estudios macroeconómicos: se tiende a subestimar el crecimiento económico y a sobrestimar la medición de la inflación. Los argumentos que sostienen esta tesis están en que, en lo general, hay cierta proclividad a no considerar o subestimar los efectos del cambio tecnológico y, asimismo, a dejar fuera muchos bienes y servicios por errores conceptuales. Creo que también, en estos dos temas, los expertos deben advertir a los usuarios de este indicador sobre las restricciones que hay al respecto, aunque en términos prácticos no las resuelvan todavía.

Las economías modernas tienen en el sector terciario su motor más importante y es, precisamente, allí donde existen los llamados servicios intangibles, cuya medición todavía deja mucho que desear. Las observaciones críticas que hay en este libro sobre este tema son, sin duda alguna, motivantes y equilibradas. De pasada, señalo que hay en este tópico un problema de traducción cuando uno se encuentra —pocas veces— con la expresión servicios e intangibles (sic.), cuando lo correcto es escribir y razonar sobre los que representan los servicios intangibles en la economía moderna. Se debe recordar, así sea muy levemente, que todos los servicios tienen la propiedad específica de consumirse cuando se producen, hecho que dificulta su medición y efecto en el cálculo del PIB.

El libro contiene otras historias interesantes, obviamente relacionadas con el PIB. Destaco en especial la del PIB ajustado por la paridad del poder de compra de cada país (estimado en la actualidad por el Banco Mundial), la cual no está exenta de problemas conceptuales y empíricos, como la autora lo señala de forma correcta. La metodología —relativamente reciente— para hacer comparaciones económicas internacionales con este concepto genera serias dudas entre economistas, y sospecho que su cabal entendimiento es todavía un poco frágil en este gremio y ya no digamos entre otro tipo de lectores alejados del manejo cotidiano de este indicador.

Comento aquí el tema problemático de la economía informal en el cálculo del PIB, el cual aborda la autora con una buena dosis de eurocentrismo, bastante objetable por cierto. Descubre el hilo negro cuando plantea que hay un cúmulo significativo de bienes y servicios en la actividad económica informal que no se consideran en dicho cálculo. Por definición, esto no es posible ya que, hasta ahora, no pueden existir registros, datos censales o de encuestas confiables y oportunos sobre los resultados que tienen grandes y poderosos grupos de actividad económica informal. En nuestro país, por ejemplo, hay ideas muy presuntuosas, pero impresionantes, acerca del supuesto valor bruto del tráfico de drogas y armas, así como de la trata de mujeres, niños y niñas. Medir lo informal e ilegal al mismo tiempo es una tarea casi insoluble hasta ahora. Basta conformarnos con las estimaciones gruesas que se tienen al respecto.

Los libros, como tantas cosas en la vida, nacen y luego su futuro se torna incierto. El éxito o fracaso de cada obra escrita depende de muchos factores, y sus autores deben esperar pacientemente el veredicto final que surge de los lectores. Deseo y espero que la primera edición en español de los 5 200 ejemplares de esta publicación —con el que su autora ganó en el 2015 el tercer lugar en el Axiom Bussines Book Award in Economics— sea acogida con beneplácito por la comunidad académica hispanohablante de las ciencias sociales, en particular por los estudiantes y profesores universitarios de Economía.

 

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